- "De tres a seis meses" -la mirada de la doctora Miriam no dejaba lugar a la esperanza. A pesar del tiempo que llevaba ejerciendo como neurocirujana, de todo lo que había vivido y de haberse prometido a sí misma no volver a involucrarse con ningún caso, no pudo reprimir que una lágrima rebelde se fugase por su mejilla... George se quedó mirando a sus ojos. Unos preciosos ojos azules que luchaban por no arrancar a llorar.

       - "Miriam, dígame sólo si hay alguna posibilidad aunque sea remota" -preguntó con suavidad tratando de encontrar un rastro de esperanza en algún gesto de la doctora

       - "No hay forma humana de llegar al lugar donde se ha instalado y todos los tratamientos nos han fallado, incluso el que pensé más favorable... George, lo siento muchísimo, no sé hacer nada más, he consultado con todos mis colegas en todos los hospitales del país y del mundo con quienes mantengo contacto... George... yo... si hubiese una forma, créeme...". Miriam se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar. George, se levantó y la abrazó para restarle importancia. Incluso se permitió bromear con la situación. Era algo que había aprendido a hacer cuando todo el mundo se rendía ante una circunstancia negativa y él sentía un súbito latigazo de miedo en su columna vertebral: "provoca una sonrisa y todos nos calmaremos un poco" se decía siempre...

       - "¿Se dá cuenta doctora de que si estuviéramos interpretando una obra de teatro el director nos persiguiría como un tigre por habernos aprendido nuestros papeles intercambiados?" -sonríó George buscando la mirada de Miriam que no quería separarse de aquellos brazos que la mantenían en pie.

       - "¡Vaya mierda de doctora!" -gritó separándose de repente de George- "¡una doctora debe curar a sus pacientes y yo no... yo...!" ¡Aghhh!- un llanto se enganchó en la garganta de Miriam que tenía la cara enrojecida y llena de lágrimas. George volvió a atraerla hacia sí y le pidió en voz muy baja, al oído, con dulzura que no fuese tan dura consigo misma.

       - "Miriam, me consta que ha hecho todo lo que estaba en su mano, incluso ha hecho más de lo que tal vez debiera" -George no pudo evitar sentir cierta paz interior en esos momentos. El abrazo aquel le transmitía una extraña sensación de cercanía, una ilusión fugaz. Tal vez, el abrazo que echaba de menos desde hacía muchos años. Desde que perdió a Helena.

       Aquellos malditos dolores de cabeza que habían empezado de forma aleatoria estaban engendrando un monstruo, un dragón que acabaría por quemar ya no sus ilusiones, sino cualquier sombra de futuro para él. Y ahora, que ya había crecido lo suficiente, venía a cobrarse su reíno y la espada de George, tantas veces vencedora, nada podía hacer ahora contra los fuegos del dragón. George se enfureció en la soledad de sus noches. Sentía su vida fría y vacía y una noche, súbitamente, se dió cuenta de que tenía demasiadas cosas que terminar. No había tiempo para todo. Decidió una estrategía de prioridades y el lunes a primera hora arregló determinados asuntos en el banco, el notario, el registro de propiedades, etc. Era lo más inmediato. No. No era lo más inmediato, pero evitaría algunos disgustos a sus padres y hermanas a quienes prefirió mantener ajenos a toda la situación. Los necesitaba pero no podía hacerles pasar por un camino doloroso como aquel.

       Ahora era el turno de Helena, la dama del estanque, como él la llamaba. El destino no había sido justo con ellos y, analizando su vida, George valoró que lo único que no estaba correctamente finalizado era su ruptura con Helena. Hacía seis años, la vida les lanzó un zarpazo terrible que provocó una grieta en su relación que se convirtió en un terremoto de destrucción masiva. Se separaron pero jamás dejó de amarla y juró que la encontraría aunque sólo fuese para hablar de las razones que fundieron los cimientos de aquel amor.

       El día que conoció a Helena, dieron un paseo por un parque cercano al restaurante en el que habían almorzado y donde ella posó sus labios sobre los de George por primera vez. En un momento del paseo, Helena se sentó al borde de un estanque mientras hablaban y reían. La mano derecha de ella jugaba en el agua por la que se movían algunos peces de color naranja. Los cabellos rubios de Helena parecían brillar bajo el sol de aquella tarde de primavera y su sonrisa era tan dulce como su voz. George se enamoró de ella en aquel mismo momento.

       Todas las demas historias de amor que había vivido habían terminado de un modo razonable, pero con Helena todo sucedió de un modo seco, brusco, doloroso y sentía que ninguno de los dos se merecía aquel dolor. Tenía que encontrarla, saber que estaba bien y... y nada. Pensó entonces qué le iba a decir. No podía contarle la historia del dragón. Tampoco podía decirle que seguía amándola. No quería hacerle daño. Había aprendido a vivir con el dolor de haberla perdido pero nunca superó el dolor que provocó en el corazón de ella. ¡Todo había sido tan injusto!. Y ahora esto. No cabían lamentaciones, ni lágrimas, ni descontrol. Era un soldado y debía luchar, librar la peor batalla, enfrentar la última victoria para perder. Pero iba a perder como un soldado, con honor, como tuvo que perder a Helena sin que ella lo supiera.

       Helena junto a su hermano menor y Miriam esperaban en el parque del estanque. George pidió a Miriam este favor. Helena no podía dejar de pensar en la situación y en el día que allí mismo estuvo con George, cuando se conocieron. Estaba enormemente nerviosa y sentía un incontrolable deseo de huir de allí. Se volvió hacia Miriam para decir que se iba pero... Dos marines vestidos con uniforme de gala se presentaron súbitamente. Traían una bandera plegada. Las piernas de ambas mujeres comenzaron a anunciar un derrumbe inmediato. Sobre la bandera una medalla al honor y un anillo de plata con un pequeño lazo y una tarjeta. En el anillo una inscripción decía "Octubre, 2004 - Sweet Love". Helena recordó a quién regaló ese anillo y el título de una canción. Fue en un lugar sagrado a una hora de allí. Sus manos comenzaron a temblar nerviosamente, igual que sus piernas. Leyó la tarjeta: "A veces Dios nos dá misiones difíciles. Ahora entiendo por qué. Helena, te he amado desde el primer día como prometí, como la princesa que siempre has sido para mí. Nada vale más que tu amor y tu perdón. Perdí tu amor pero te ruego que no me dejes ir sin tu perdón". Helena y Miriam comenzaron a llorar. Se sentaron en el borde del estanque intentando calmar el temblor que recorría sus cuerpos. "Señora" -dijo uno de los marines- "el mayor nos ha entregado esta carta para usted". Helena no podía leer más cartas. Se la dio a su hermano que la leyó para sí mismo con un nudo en la garganta. También se sentó. "Te deja una pequeña fortuna para que nunca más vuelvas a sufrir la pobreza que os separó en el pasado". Miró hacia el cielo y entonces comprendió muchas cosas... "Nunca dejé de quererte ni de perdonarte aunque no entendí qué sucedió ni por qué te fuiste George... George..." -la voz de Helena se ahogaba entre lágrimas, sollozos y recuerdos- "Descansa en paz mi caballero andante"

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