In memoriam

"Los viajes son los viajeros. 
Lo que vemos no es lo que vemos, 
sino lo que somos." 
(Fernando Pessoa)

Ya formas parte de mi viaje, querida amiga, un viaje que no sé
cuán largo se hará en el tiempo. Sin embargo, sí sé cuál será el 
destino: un lugar precioso lleno de letras, música, luz y color donde
nos reuniremos todos los amigos... donde tú ya nos esperas.

Este año, en este día, para tí en el Cielo:
¡Feliz cumpleaños Wara!


In memoriam to my loved friend Rosario (Wara).
A writer and doctor and delighted friend, too much younger to die.
God bless you.
My sincere and eternal friendship,
Gus (Maverick)

...

Doctor Gabriel

El silencio que se extendía a lo largo de la pequeña capilla en la última planta del Santa Isabel hacía que la estancia pareciera mayor de lo que era en realidad. A ambos lados del altar, dos imágenes de altura real flanqueaban la central tallada en madera de cedro de un Cristo en la cruz. A la izquierda, San Patricio, patrón de la tierra madre a la que pertenecía Kaitlin y toda su familia. A la derecha del Cristo, una imagen bellísima de la Virgen María, que un alma devota agradecida había vestido con ropas de seda blanca, terciopelo azul y ribetes dorados, abría sus brazos con dulzura y amor. Kaitlin se arrodilló en un reclinatorio cerca de la imagen de María. Rezó ante la madre de Dios entre lágrimas pero en silencio.

- Santa Madre, bendito sea tu nombre, bendita seas en todos los lugares de este mundo. Benditas sean tus palabras aunque muchas veces no alcancemos a escuchar. Madre de Dios, ahora comprendo tu dolor, el dolor de verte arrebatada de tu hijo. Madre María, sabes lo que he luchado, lo que he sufrido, lo que he hecho por mi hija en estos últimos meses. Ahora Dios me pide esta enorme prueba y no sé encontrar más apoyos. Se me agotan los recursos y toda mi fe está ya entregada. Todo lo que sé y puedo hacer, lo he hecho. Santa Madre María, te ruego que me des fuerzas, que ayudes a mi pequeña Rachel. Ella es lo mejor que he hecho, la que me da vida y la que ilumina mis días. Déjame disfrutar de ella más tiempo, quererla, abrazarla, mimarla, verla reír y enseñarle las cosas buenas que aún quedan en este doloroso mundo.
 
En la mente de Kaitlin bullían las imágenes de Rachel, su hija de cinco años, que permanecía en una habitación de cuidados intensivos. Había sufrido una complicada operación de doce horas para extraer un tumor en el lóbulo frontal de su cerebro. Debían transcurrir cuarenta y ocho horas cruciales para ver la evolución y tres meses para una recuperación completa. Un médico del equipo, el doctor Gabriel, tranquilizó a Kaitlin antes de la operación, pero ella sentía un miedo lógico, racional y terrible. Kaitlin rezó interiormente también al santo de sus orígenes. 
 
Recordó algunas de las historias de indecible sufrimiento que padeció su familia un siglo y medio atrás, cuando la Gran Hambruna se llevó a millones de personas de la amada Irlanda y tuvieron que emigrar en busca de supervivencia en la más absoluta pobreza. El país de la Libertad les concedió una oportunidad. Siempre con voluntad, sacrificio y esfuerzo su familia logró salir adelante y ella, como buena irlandesa, llevaba en sus genes el espíritu de la lucha, del trabajo y del esfuerzo constante. “La vida no regala nada” solía recordarle su abuelo materno.
Ahora, se encontraba en el Hospital Santa Isabel de Boston, uno de los mejores y más preparados del mundo. Había vendido todo lo que tenía para poder costear el tratamiento de su hija. Durante las últimas semanas se repetía constantemente para sí misma “todo va a salir bien” como si fuese un mantra sagrado que a fuerza de repetirlo pudiese ordenar el destino. Mientras rezaba, con una fotografía de su hija en las manos y atenazada por un dolor inexplicable, el doctor Gabriel entró y se arrodilló junto a ella. Allí, a solas en la penumbra de la capilla iluminada por velas y alguna que otra débil luz eléctrica, hablaron. La voz susurrante del médico sonaba firme y segura, de un tono grave y autoritario, pero con palabras llenas de esperanza y de vitalidad. El estado de ánimo de Kaitlin parecía tranquilizarse cuando le escuchaba hablar. No obstante, no pudo reprimir las lágrimas cuando Gabriel le dijo que en las próximas horas todo estaba en manos de Dios.
 
Permaneció en la capilla durante varias horas. No quería ver a su hija rodeada de máquinas, conectada a cables y tubos que entraban y salían del pequeño cuerpecito de Rachel. Se sentía aterrada ante aquella visión y los médicos y enfermeras moviéndose permanentemente a su alrededor. Allí, en aquel silencio, al lado de las sagradas imágenes, se sentía, por decirlo así, más cerca de su hija.

Repentinamente una enfermera entró y le pidió que bajase. Los ojos de la joven enfermera reflejaban un fatal desenlace. Kaitlin sintió la punzada de un dolor que le resultaba imposible soportar. Sus rodillas se negaban a sostenerla en pie. Su estómago y su corazón parecieron encogerse hasta el vacío. Ninguna palabra era capaz de articular ante la tensión que se acumuló en su garganta. La enfermera la ayudó a ponerse en pie y caminar hasta el ascensor. Cuando llegó, un grupo de médicos y enfermeras alrededor de Rachel se sentían derrotados por el curso del destino. Kaitlin quiso gritar pero los latidos de su corazón se agolparon en sus sienes y cayó derrumbada al suelo. En las imágenes que se dibujaban entre ensoñaciones rogaba a Dios que la llevase con su hija. Lloraba y gritaba impotentemente mientras veía a su hija caminar hacia la brillante luz blanco-azulada.
 
 Entonces apareció en su sueño el doctor Gabriel que la ayudaba a levantarse, la calmaba y le decía: “No temas Kaitlin. Este no es el momento. Dios te devolverá a tu pequeña. Sé valiente”. Cuando despertó, se vió rodeada  de un médico y dos enfermeras que sonreían al ver sus ojos. Ella preguntó por Rachel, nerviosa y todavía confusa tras el desmayo. “Está bien, está bien. La hemos recuperado. Todo ha sido un mal susto pero ha salido del coma antes incluso de lo que esperábamos. Es una estupenda noticia Kaitlin. Se va a poner bien”. La llevaron hasta la enorme cristalera que la separaba de la zona de cuidados intensivos y, cuando vió a Rachel sonreír débilmente y los ojos azules de su pequeña mirándola, supo que iba a salir de aquella dura prueba. Entonces miró hacia sus acompañantes y les preguntó por el doctor Gabriel para darle las gracias. Los tres se miraron los unos a los otros con extrañeza.
 
- ¿Gabriel?, no tenemos ningún doctor con ese nombre– dijo la enfermera Rose.

- Pero, el doctor Gabriel es el que operó a Rachel – contestó Kaitlin confundida.

- Kaitlin, el médico que dirigió la operación de tu hija es la doctora Christine Cavanaugh. No tiene a ningún doctor Gabriel en su equipo… ¿te encuentras bien?. Parece que ese desmayo te confunde. Vamos a hacerte unas pruebas ¿de acuerdo? – propuso el doctor Joyce...
 
- ¡Oh no!, por favor. Estoy bien, de verdad. Es sólo que… tal vez es fruto de esta situación de tensión.
 
 

Entonces recordó sus oraciones en la capilla, el rostro del arcángel, sus palabras tranquilizadoras, su mensaje, la imagen de su Virgen María y San Patricio y en lo profundo de su espíritu les dio gracias por estar tan cerca de su hija.

Leyendas del futuro

– De modo que, bajo tu punto de vista, se podría explicar con la clásica visión de seres de otros mundos visitándonos, ¿no es así? – terció Thomas mientras hacía girar lentamente el brandy por el fondo de su gran copa que sujetaba entre los dedos anular y corazón de su mano derecha para que descansase en la palma de su mano y así transmitir el calor de su mano a la bebida.

– Bueno, no exactamente – dijo Douglas que se disponía a encender el tabaco previamente colocado en la cazoleta de su pipa tallada en madera de cerezo – Lo que quiero decir es que no veo porqué no se puede viajar en el tiempo de la misma forma que lo hacemos en el espacio –. Dicho lo cual encendió su pipa y aspiró una generosa bocanada de humo llenando la estancia de un agradable aroma a tabaco importado de Ceilán, además del propio humo. Cuando expiró el humo de sus pulmones miró hacia Thomas y Charles esperando recibir las acostumbradas réplicas a teorías demasiado atrevidas.

– Sin embargo ya sabes cuál es la postura de todo el mundo científico – comentó Charles que en ese momento observaba una vez más las piezas del tablero de ajedrez en una de las usuales largas partidas que mantenía por correo, al estilo clásico, con su compañero de armas en el pasado, el teniente Jefferson. Charles, levantó la mirada hacia Thomas y continuó – Sabes que los viajes en el tiempo son imposibles desde todos los ángulos de la Física y que no existe ninguna hipótesis que pueda explicar de manera creíble tales viajes.

– Claro que tampoco existen hipótesis que puedan derrumbar con certeza la posibilidad de hacerlos – añadió Douglas que hasta ese momento miraba distraídamente por el alto ventanal que daba al jardín donde Violet estaba arreglando con mucho mimo y esmero las primeras hortensias que florecían esa primavera – Mi querido amigo, coincido con Malcom en que el hecho de que no tengamos respuestas a todos los misterios que oculta el universo, no debe ponernos vendas en los ojos a todas las teorías que parezcan a priori imposibles de comprender o de explicar con nuestros conocimientos actuales.

– Sin embargo tú también comprenderás, al igual que Malcom, que nuestra obligación como hombres de ciencia pasa por no dar cobertura a teorías que no se pueden demostrar de manera práctica, física y matemáticamente, acorde con los conocimientos que la Humanidad ha adquirido a lo largo de los tiempos – trató de sentenciar Andrew que consideraba bastante aberrante cualquier aspecto que tuviera que ver con los desplazamientos espacio-temporales y, en general, con cualquier teoría que no pudiese ponerse en práctica.

– De todos modos – continuó Douglas – comprendo tus comentarios, Andrew, y sé que no podemos establecer en libros de texto líneas teóricas que no podemos explicar de acuerdo con las habilidades cognitivas que ha alcanzado la Humanidad hasta la actualidad. No obstante – prosiguió mientras se dirigía a sentarse en una confortable butaca que estaba frente a la de su adversario dialéctico – pienso que el hecho de que seamos hombres de ciencia no nos exime de tener una mente abierta e imaginativa, lo mismo que de tener una fe en lo que algunos llamamos Dios y otros llaman destino o suerte. Pienso que una mente abierta lo ha de estar para todo y creo además que sólo es posible lograr grandes avances cuando no se bloquean ideas o pensamientos que puedan no estar de acuerdo con las formalidades humanas de un momento concreto en su etapa evolutiva.

– De modo – volvió a interrumpir Thomas después de tomar otro trago de brandy – que según vuestras hipótesis, viajeros del espacio nos visitan desde hace tiempo con alguna desconocida misión, ¿es así? – La pregunta de Thomas parecía hecha con intención de zaherir, pero tanto Malcom como Douglas conocían el curso que solían tomar las conversaciones en los círculos científicos cuando se tocaban estos temas.

– Yo más bien me inclino por pensar que somos nosotros mismos – expuso Malcom que estaba ojeando un libro sobre la Teoría de Cuerdas que una hora antes había cogido de la enorme biblioteca que poseía el club en la primera planta. Malcom solía llevar un generoso y bien cuidado bigote que de cuando en cuando gustaba de atusar con sus dedos. El capitán Charles se giró para escuchar mejor el comentario del propietario del mostacho – Lo que quiero decir es que no veo porqué razón debemos privar a la especie humana (en términos teóricos) de un futuro tan altamente tecnificado, gracias a los avances del conocimiento, como para que no sea capaz de lograr verdaderas proezas.

Ahora todos se giraron para mirarle. – Echemos un vistazo al pasado – continuó Malcom – Vemos verdaderas gestas de construcción avanzada en los templos y pirámides antiguas, en los restos de antiguos poblados celtas, etc. Gestas técnicas que seguimos tratando de explicar en toda la comunidad científica de multitud de formas sin llegar a precisar ni una sola con auténtica seguridad. Pasan los siglos, los milenios y apenas se avanza técnicamente en comparación con la velocidad de los avances previos. Nos encontramos en el siglo XX y, en apenas cincuenta años, en la segunda mitad del siglo, aparece tal cantidad de tecnología con unas capacidades tan brutales que dejaría boquiabierto a cualquier observador de apenas cien años atrás: el hombre domina la velocidad, el aire, el mar, el espacio, la medicina, descubre el genoma de las especies, es capaz de viajar a través de un cuerpo humano vivo con cámaras miniatura, de sustituir órganos vitales, de situarse geo-espacialmente, de alcanzar profundidades submarinas a presiones increíbles, de curar el cáncer, etc. Cualquiera hace cien años diría que todo eso son barbaridades elaboradas por mentes calenturientas, pero están ahí, la Humanidad las ha logrado.

Malcom se sirvió con parsimonia una copa de whiskey escocés en un pesado vaso, de cristal tallado y gruesa base mientras presentía, sin mirar, que todos le observaban con un punto de curiosidad atentos al discurso del físico teórico del grupo – Hoy en día y con la tecnología actual tan sólo somos capaces de ver el uno por ciento de la materia que constituye el universo y desconocemos qué es el otro noventa y nueve restante. Lo llamamos materia oscura y antimateria. Somos geniales. La Tierra pertenece a un sistema solar formado por nueve planetas. Este sistema solar pertenece a la galaxia Vía Láctea que tiene a su vez otros cientos de miles de sistemas solares. Hay miles de millones de galaxias alrededor de la nuestra y mayores que ella. Las energías que se desarrollan sólo en nuestro Sol son inconcebibles para la mente humana más preparada. Y nuestro Sol es sólo una pequeña estrella. Cualquier magnitud del universo es inconcebible para la mente humana y no podemos ni imaginar qué forma tiene el universo.

Si pudiésemos comparar, probablemente la Tierra no llegaría a ser ni un grano de arena si lográsemos juntar en un lugar toda la arena que existe en todos los desiertos de nuestro planeta. No conocemos, ni siquiera podemos concebir en nuestra imaginación más desatada todas las fuerzas físicas que existen en el universo y, mucho menos, sus leyes ni sus magnitudes. Ahora, estamos abriendo nuestra mente a teorías que tratan de unificar la relatividad y el universo cuántico, la teoría de lo más grande y la teoría de lo más pequeño, y nos surgen en el camino singularidades que sólo podemos explicar si atendemos a más de las cuatro dimensiones conocidas del espacio-tiempo. Barajamos ya teorías con once dimensiones y entre ellas encontramos la posibilidad de interrelacionar mundos paralelos, que se explicarían al plegarse los planos espacio-temporales en distintas dimensiones. Y esto nos conduce a la posibilidad de que el Big Bang no fuese un hecho único y aislado, sino que hubiese otros Big Bangs y, por tanto, otros universos. Estaríamos inmersos en un complejo sistema multidimensional y multiuniversal. Todo ello nos abre la mente entonces a la posibilidad de crear pasarelas a través del tiempo. Por supuesto, está la ciencia ahora tratando de encontrar ese equilibrio en las teorías de los mundos grandes y pequeños, así que no podemos exigir la explicación de esas pasarelas. Sería como pedir curar las cataratas oculares con un rayo de luz láser hace cien años. Sin embargo, hoy se curan. No olvidemos que cien años son nada en términos absolutos de historia humana.

El capitán Charles preguntó entonces – y ¿no crees que siendo así, que pudiendo viajar nuestra propia especie en el tiempo y el espacio, estos caballeros del futuro pudiesen dejarnos los medios suficientes para vencer las hambrunas, acabar con las guerras, etc. o, si no, dejarnos al menos los conocimientos?

Douglas contestó – y ¿Por qué no crees que lo estén haciendo ya? ¿no crees que aún queden hombres con la suficiente ambición o locura como para destruir la Humanidad entera si tuviesen esos medios del futuro?. Piensa en los millones de seres que han matado Hitler, Stalin, Pol Pot, Karadzic, etc. por nombrar tan solo algunos demonios del último siglo. Como soldado que eres, Charles, aparte de ingeniero militar, tú sabes que las ciento cincuenta guerras que están teniendo lugar en el mundo hoy en día son exclusivamente para controlar las reservas de gas y petróleo, es decir, para tener el control de la energía. Sólo quedan reservas para treinta años y sabes que las energías renovables sólo generarían un diez por ciento de la que necesita la Humanidad en el supuesto de que lográsemos poblar el ochenta por ciento del planeta de aero-generadores y placas solares. La única energía que puede competir con el petróleo en términos rentables y eficaces es la nuclear y los dueños del petróleo harán lo imposible (como potenciar las renovables, que, en definitiva, también son de ellos) para entorpecer su desarrollo hasta que no obtengan los máximos beneficios que calculan en esos treinta años, sin importarles el número de seres que se queden en el camino.

Sólo hay un poder en el mundo actual. Es un poder netamente financiero, ajeno a estados, partidos, ideologías, religiones, tendencias, etc., que sabe que una parte de la Humanidad actual será destruida por la falta de alimento que llegará asociada a la falta de petróleo y a la superpoblación. Un poder que gestiona todas las riquezas naturales del planeta, así como las guerras y, de formas sibilinas, rige nuestras vidas, compras, cultura, información, necesidades, libertades, alimentación, salud… todo. Incluso nuestros gobernantes son hábilmente seleccionados por ese poder constituido por hombres ambiciosos, astutos y sin escrúpulos de los cinco continentes. El terremoto financiero de 2009 lo provocaron ellos para hacer ver el alcance de sus decisiones. Su próxima estación: una moneda única mundial. En 2005, Canadá, Estados Unidos y México, firmaron las bases para constituir una única moneda para toda América del Norte, al estilo de la moneda única de la Unión Europea. La segunda mitad de este siglo XXI será la prueba de fuego para la Humanidad tal como la conocemos hoy en día.

Pero entonces – volvió a intervenir Thomas – ¿no creéis que nuestros exploradores del futuro querrían ayudar a esa población inocente, a todos nosotros?¿no creéis que nos dejarían su tecnología para intentar salvar a los de su especie?.

Malcom tomó un trago de su whiskey y con aire cansino, resignado, como si hubiese estado hablando sobre el mismo tema, toda una vida a un grupo de estudiantes que no le escuchan, dijo – Volviendo al tema anterior, ¿no os parece, visto en retrospectiva, que los últimos cincuenta años del siglo pasado son espectaculares, casi increíbles tecnológicamente hablando?¿no creéis que si en tiempos de las pirámides de Egipto hubiesen continuado con sus avances científicos al ritmo que los estaban adquiriendo, no se hubiese producido un frenazo por espacio de casi tres mil años, para conseguir los espectaculares avances de la última parte del siglo?¿no os parece llamativo ese frenazo y que después de la bomba atómica que puso fin a la segunda guerra mundial en 1945, otra vez volviesen a surgir aceleradamente una serie de avances inimaginables en todos los campos de la ciencia?

Se hizo un silencio. Las mentes de todos se incendiaban con muchas de las ideas que se habían expuesto en los últimos minutos y en algunos comenzaban a despertarse nuevas líneas de pensamiento. Sin duda, el tema daba para nuevas reuniones e intercambios de procesos mentales. Incluso Andrew, el más escéptico de todos, comenzó a intuir desde otros puntos de vista ciertas cuestiones en el campo de las matemáticas aplicadas a la Economía, una de sus pasiones. Fuesen o no teorías más o menos arriesgadas, lo cierto era que sentían que sus mentes se abrían a nuevos conceptos… quizás alguno con mucha certeza en la praxis que algún día realizarían nuestros descendientes.

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Doce de Noviembre

       Lilith intentó ganar tiempo, pero el cliente estaba presionado por los plazos de entrega.

       - John, las modificaciones que pides no son un simple artículo decorativo que se mueve de un lugar a otro. Tendré que diseñar una nueva distribución para la sala principal y cambiar la entrada de conducciones, sin mencionar las bajantes de aguas residuales de los baños de la planta superior. Puedo hacerlo pero tienes que darme más tiempo.

       Lilith miró hacia él con el semblante desafiante, mostrándose muy enérgica, lo que provocó que la sangre se acumulara ligeramente en sus mejillas y dándole mayor atractivo a un rostro que no carecía en absoluto de belleza.

       - Está bien – dijo John después de mirar unos segundos a Lilith que le observaba de pie al otro lado de la mesa baja sobre la que él depositó la copa de whisky irlandés que le había servido ella- trataré de que nos den diez días más. ¿Crees que serán suficientes?.

       El rostro de Lilith se relajó – diez días son todo lo que necesito… siempre y cuando no vengas con nuevas alteraciones para mi proyecto. ¿Crees tú que podrás conformarte?.

       John comenzó a reír mientras se levantaba de su cómodo sofá y se asentaba la cintura del pantalón y la chaqueta. – Lilith, no dejarás de sorprenderme nunca con ese humor tan brillante. No te quejes mucho, ya sabes el dinero que nos deja este cliente.

       Lilith se puso a trabajar de inmediato. Eran las tres y cuarto cuando John salió del estudio. La tarde se le había pasado tan rápido que no se acordó de David hasta que sintió una pequeña sensación de hambre en el estómago. Miró el precioso reloj de pared tallado en madera de nogal y con la forma de rueda de timón de un barco antiguo. Las siete y diez. Demasiado tarde para ir a casa. Cogió el teléfono de su escritorio y marcó el número. Después del tercer tono descolgaron en el otro lado:

       - David, soy yo. Perdóname cariño, me he retrasado muchísimo y no me da tiempo a llegar a casa. He pensado que podías venir a recogerme al estudio. Tráeme el vestido negro que compré el mes pasado y los zapatos negros que tengo en mi vestidor junto a la puerta del mismo.
       - ¿Los que tienen una pequeña veta dorada?- preguntó su marido
       - Sí, esos mismos. Te veré en una hora más o menos ¿si?.

        David y Lilith llevaban ya cinco años casados y la vida les estaba empezando a dar más oportunidades ahora. Más o menos al año de casarse comenzaron a pasar algunas penalidades, sobre todo, cuando el mercado de la construcción se detuvo en seco y Lilith apenas conseguía contratos, con lo que prácticamente todos sus recursos económicos provenían del trabajo de David como subdirector de una sucursal del Banco de América en Somerville. Pero ahora las cosas estaban empezando a ir mejor. El reciente proyecto que habían encargado a Lilith les iba a dar un gran empuje para liquidar algunas deudas, sobre todo, una parte importante del préstamo que les había permitido instalar el estudio de ella.

       Era el doce de noviembre y hacía frío cuando David salió de casa. Vivían en las afueras y tenía un trayecto de cuarenta minutos en coche hasta el estudio de su esposa. A las ocho de la tarde ya había oscurecido y David pensó que si no fuera por la ilusión que le hacía a Lilith esa noche hubiera preferido quedarse en casa al calor de la chimenea. Lilith había querido celebrar con él la aprobación de un nuevo proyecto para la misma empresa que le había dado el que ahora tenía casi terminado. Irían a cenar al restaurante italiano Lucca Back Bay. El chef Anthony Mazzotta estaba considerado como un especialista en su campo y tanto a Lilith como a David les encantaba la comida italiana.

       En el trayecto, la radio del coche que David llevaba sintonizada en una emisora de música clásica, comenzó a hacer ruidos y David pensó que se trataba de alguna interferencia, aunque nunca las había tenido cuando circulaba por allí. Ya iba a apagar la radio cuando el dial de frecuencia digital comenzó a desplazarse automáticamente, sin la intervención de David, en una especie de alocada búsqueda en la pantalla digital del reproductor del coche. Las frecuencias saltaban y los ruidos iban y venían entre palabras entrecortadas sin ningún sentido. De pronto, entre una serie de silbidos y sonidos propios de una película de terror de las que tanto despreciaba David, pudo escuchar con claridad la voz rota de dolor de una mujer que le decía “…si no fuéramos…” y luego lloraba desconsoladamente. Después, la radio volvió a estabilizarse en la frecuencia que David había asignado con la emisora de música clásica y el sonido volvió a ser claro, limpio y tranquilizante.

       Eran las ocho cuando llegó al estudio de Lilith. Ella estaba terminando de secarse cuando entró David con la ropa que le había pedido. Se dieron un beso y David la ayudó a abrocharse el precioso vestido negro que le permitía lucir con todo detalle su espléndida figura. David la miró y quiso comentarle el extraño presagio que había tenido en el coche mientras observaba cómo se ponía el abrigo, pero pensó que todo era un producto de la casualidad y que su esposa se reiría de todo aquello. Eran jóvenes, estaban enamorados y la vida comenzaba a sonreírles. Era necesario celebrar las buenas noticias para que siguieran viniendo otras igualmente buenas.

       La cena transcurrió plácidamente. El restaurante resultaba encantador, pequeño y con un ambiente muy familiar, a Lilith le pareció sentirse como en su propia casa. El plato de spaghetti con salsa de gambas les resultó particularmente sugerente al paladar y el salmón con salsa marinada los trasladó directamente a la Florencia de DaVinci. Eran las diez de la noche cuando salieron del restaurante para dar un paseo por la ciudad. Pero la noche estaba tan fría que decidieron entrar a ver una función en uno de los locales de la misma calle Hanover. Esa noche actuaban cinco monologuistas que les hicieron pasar una hora completa de risas junto a un público entregado a los artistas. David se sintió un poco tonto al pensar en la escena de la radio y darle tanta importancia a un suceso que no la tenía.

       Cerca de las doce de la noche, subieron en el Mercedes de David para volver a casa. Al día siguiente tendría que volver a llevar a su esposa al estudio para recoger el Volvo. Pero eso sería el día siguiente, el sábado y por ese día ya estaban lo suficientemente cansados como para irse a dormir. David conducía tranquilamente con la calefacción del coche puesta en un punto confortable para ambos.

       - No te imaginas la de trabajo que he tenido hoy – le dijo Lilith apoyando el brazo en la ventanilla que tenía el cristal subido- pero la cena, este rato que he pasado contigo, me ha dado una gran tranquilidad.

       David la miró por un instante. La poca luz que había dentro del coche parecía proporcionar a su esposa un punto más de atractivo sobre su blanca piel y el carmín rojo que se había puesto en los labios. Pensó en cuánto la amaba. Desde el primer día que la conoció. Era muy afortunado de tenerla en su vida. Deseó besarla.

       - No te he dicho nada sobre lo atractiva que estás esta noche – quitó la mano derecha del volante y cogió la mano izquierda de su esposa, una costumbre que tenía desde que eran novios. Yo también me he divertido mucho. La cena ha sido fantástica y me he reído mucho con el tipo aquel del bigote - y ambos comenzaron a reírse de nuevo recordando algunas frases del artista. A pesar del largo día, de tanto trabajo y de ser el fin de semana, se encontraban dichosos, felices y llenos de una energía estimulante y sugerente.

       De pronto, la radio del coche comenzó a hacer lo mismo que unas horas antes. Después de varios saltos de emisoras, se quedó fija en una de noticias. Lilith miró a David que estaba tan sorprendido como ella.

       - “Las autoridades confirman la muerte de trece personas y otras doce heridas de distinta consideración” – decía una locutora con voz presa de circunstancia. “Las primeras hipótesis de la policía apuntan a un desequilibrado suicida con un cinturón de explosivos…”. – Nuevamente, la radio salta automáticamente de emisora y se queda fija en otra – “… ha explotado en un local de la calle Hanover en el centro de Somerville…” y nuevamente vuelve a saltar a otra “… un prestigioso restaurante de comidas italianas…”

       David y Lilith se miran primero extrañados y luego comenzando a sentir algo parecido al miedo. Cuando David vuelve a poner la vista en la oscura carretera, esta se ha transformado en una espesa niebla que no deja ver nada por delante ni por detrás. Levanta el pie del acelerador pero el coche no se detiene. Frena pero el coche continúa su marcha sin obedecer a los pedales ni al volante. Mira aterrado a Lilith y ve entonces su cara y su cuerpo ensangrentados, asustada, intentando taparse los ojos para no verle. David se mira en el espejo retrovisor, ha perdido parte de su cara y la mitad de su cuerpo. Lo que queda de sus ropas está lleno de sangre. Entonces escucha a Lilith, llorando “oh David… oh David… todo ha sido mi culpa… si no fuéramos, si no fuéramos…”

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Mundos perdidos

       "Serán tan sólo cinco días" - gritó suplicando Kaitlin a su madre - "además prometo llamarte todos los días". Miró hacia su madre escudriñando cada minúsculo gesto de aquella y, como para dar más énfasis a su propuesta de trato añadió, "dos veces al día, por la mañana y por la noche".

       Finalmente Sharon aceptó, pero fijó más condiciones... "Estarás en la habitación del hotel antes de las diez de la noche. Yo te llamaré al teléfono de tu habitación para confirmarlo. No quiero que tomes ni una sola gota de alcohol ni que fumes nada en absoluto. Tomarás fotografías de los lugares que me has prometido visitar y viajarás siempre con dos de tus amigas y un profesor como mínimo y por las rutas que vamos a trazar de acuerdo con el colegio. Recuerda esto, si me mientes o no te ajustas al pacto, no hace falta que te preocupes por tu futuro nunca más. ¿Lo has entendido? - miró desafiante a su hija, esperando que fuera a presentar alguna réplica, pero Kaitlin sabía que en las últimas proposiciones de su madre ya no cabían más ajustes y, si tensaba la débil cuerda podría partirse y quedarse en casa, así que salió disparada para telefonear a su amiga Rachel con la noticia: las dos amigas se iban a Nueva York con las demás alumnas de último grado en el viaje de estudios largamente preparado.

       En la mañana siguiente a la partida de su hija, Sharon se dirigió hacia su despacho en el Instituto algo nerviosa. No era la primera vez que su pequeña dormía fuera de casa con alguna amiga, pero sí era la primera vez que iba a estar tan lejos y ella sabía mejor que nadie los amenazantes peligros que acechaban fuera del alcance de la protección materna. Se prometió no preocuparse excesivamente, pero no pudo evitar que sus pensamientos se desplazaran hasta su hija constantemente. Poco a poco se iba haciendo mayor. Ya tenía trece años y pronto se convertiría en toda una mujer. Se preguntó cómo habían pasado todos esos años de forma tan rápida. Recordó cuando nació y muchos de los momentos en que se quedaba embelesada mirando a su bebé. Sin ninguna duda era la más hermosa criatura que recordaba haber visto en toda su vida.

       El teléfono la sacó de sus pensamientos. Era Kaitlin. Trató de disimular su nerviosismo empleando el tono de voz que solía usar cuando hablaba con otros científicos del Instituto McKenzie. Kaitlin estaba alegre y excitada a la vez. Esa tarde irían a visitar el Centro de Investigaciones Científicas de la ciudad. La alegría de Kaitlin tranquilizó a su madre. "Está bien" - se dijo a sí misma cuando colgó - "ya sólo quedan cuatro días. Por Dios, que pasen rápido". Sin embargo, reconocía que su hija se merecía ese viaje y se sintió un poco culpable. Era una buena estudiante… “Algún día te regalaré todo lo que no puedo darte ahora hija mía”.

       Durante la tarde Sharon logró concentrarse en el trabajo que estaba desarrollando desde hacía un par de meses. Estaba analizando las fotos que disponía el Instituto, compartidas con otras Universidades y centros de estudio internacionales, de la antigua ciudad sumergida en el mar de China. La comunidad científica no lograba ponerse de acuerdo en la datación de aquellos restos arqueológicos, principalmente, porque mantenía una clásica posición inamovible, lo que la hacía permanecer bastante escéptica ante cualquier apertura de conceptos. Diversas pruebas, como la del carbono catorce, arrojaban unas cifras increíbles, y habían sido negadas en repetidas ocasiones por la comunidad de ciencias. Sin embargo, la doctora Berkeley estaba a punto de establecer un punto de ruptura en pleno inicio del siglo XXI. Las órdenes del Instituto eran seguir las líneas de escepticismo tradicionales, pero Sharon estaba empezando a dudar que esa fuese la posición correcta, aunque no la más cómoda, claro.

       Cuando Kaitlin comentó esa misma noche a su madre lo que había visto en el Centro de Investigaciones y la casualidad de que algo que había visto estaba relacionado con el trabajo de su madre, Sharon, no podía creerlo. Pidió a Kaitlin que le enviase alguna fotografía por email. Aunque era una probabilidad remota, quizá encontrase alguna prueba que la ayudase a encontrar la pieza del puzzle que le faltaba por encajar en el engranaje de una teoría que revoloteaba por su mente. Sería estupendo para las dos que gracias a su hija su trabajo avanzase en la dirección que, de algún modo, quería.

       Kaitlin le envió las fotos esa misma noche desde su agenda electrónica. Sharon esperaba la descarga de las fotos en su ordenador portátil mientras tomaba una frugal cena a base de ensalada de lechuga y tomate. Cuando llegaron se puso a observarlas con una mezcla de escrutadora mirada científica al principio y un punto de sorpresa y expectación después más propias de la adolescencia, y tal vez, de cuando comenzaron sus sueños de arqueóloga.

       ¡Sí!... ahí estaba. En una de las fotos del Centro de Investigaciones podía verse una marca sobre una de las enormes piedras laterales de la pirámide principal, una marca creada por una tecnología de corte de precisión absolutamente impensable para la época en que sus colegas de profesión establecían la datación de la ciudad sumergida. Incluso mucho más impensable aún a la datación que marcaban los indicadores como el carbono catorce que añadía otros cinco mil años a las primeras civilizaciones. Esto significaba dos cosas: o aceptaban una civilización tecnológicamente avanzada mucho más anterior a todas las teorías de concepción histórica del hombre moderno. O… o Sharon ya podía ir pensando en buscar otra profesión porque su descubrimiento podría significarle el descrédito y el vacío más absoluto de todos sus colegas. Conociendo la tradición del Instituto para el que trabajaba, la respuesta estaba clara.

       La emoción del descubrimiento le hizo olvidar por unas horas la preocupación por su hija. Ya había tomado la decisión, pero pensó que no debía precipitarse en hacer públicos sus descubrimientos, incluso, pensó que lo mejor sería publicarlos fuera de su país. Un par de meses después de los primeros hallazgos, Sharon comenzó a escribir el borrador de su primer libro. Después de hacer más análisis sobre las pruebas recuperadas de la ciudad sumergida. Después de haber intercambiado conocimientos con otros científicos del país interesados en la ciudad. Y después de haber viajado a Japón durante unas semanas para comprobar in situ y por sí misma la fiabilidad de sus pruebas, análisis y de sus teorías, Sharon decidió escribir su libro y publicarlo en la vieja Europa.

       El descubrimiento de señales que indicaban una relación entre las pirámides egipcias, las preincaicas y la pirámide de la ciudad sumergida iba a ser un duro golpe para la comunidad científica que tendría que replantearse todo un nuevo esquema de evolución humana. Así que primero se despidió del Instituto McKenzie y después se tomó un mes de vacaciones con Kaitlin. Destino: Río de Janeiro. Allí terminó el primer borrador de su libro: “El regreso de la humanidad perdida”. Un mes antes, Sharon había pactado con una editorial en Londres que se encargaría de la publicación de un volumen con los frutos de su trabajo. Había invertido todos sus ahorros y su carrera para este nuevo proyecto. Si el libro nacía bien, podría extender sus investigaciones por sí misma. En caso contrario… no podía permitirse ningún caso contrario.

       Alegres como estaban, tanto Sharon por la conclusión del libro que prometía ser un éxito de ventas (y un terremoto, no sólo en el mundo científico sino para toda la Humanidad en su conjunto), como Kaitlin por los viajes extra que había encontrado a Japón, Brasil y a dos capitales europeas de renombre mundial, no podían imaginar aquella mañana que el futuro les deparaba una nueva sorpresa. Ambas volarían desde Brasil con Air France para, una vez en Paris y tras un par de días turísticos en la capital francesa, viajar a Londres para entregar el manuscrito a su editor. Sin embargo, el destino tenía reservado otro misterio… Ese mismo día en todos los titulares de los principales diarios escritos, radiados y televisados del mundo se dio la noticia: “El vuelo AF 447 de Air France desaparece en el Atlántico. Se cree que no hay supervivientes.”

       Los distintos amigos con los que Sharon colaboró y con los que intercambió diferente documentación se quedaron apesadumbrados durante cierto tiempo, pasado el cual, y tras las múltiples operaciones de rastreo infructuosas para la recuperación de los restos, comenzó a extenderse la opinión entre ellos de que, por fin, Sharon y su hija habían encontrado el origen de su Atlántida perdida, o, más bien los descendientes de aquella mítica civilización estelar las habían encontrado a ellas. Tal vez, la Humanidad no estaba aún preparada para descubrimientos de más calibre... o quizás no toda.

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Lady Jane

       El viento era frío y se arrebujó en su abrigo como un niño que busca la protección en el regazo de su madre. Eran días de invierno y éste era uno de los más desapacibles que recordaba. Las nieves acumuladas en las montañas cercanas hacían que se estuviese alargando más de lo que era habitual en otros años, incluso cerca de la costa, donde ella vivía.

       Jane había cumplido los cincuenta, pero nunca como ahora sentía verdaderamente que los años habían transcurrido y que ya no era tan joven. Era hermosa y tenía un cierto aire romántico y soñador que la hacía más atractiva. Aún mantenía esa chispa de belleza de su juventud, pero los últimos episodios en varios aspectos de su vida habían introducido unos rasgos de tristeza en su mirada que no sabía cómo disimular. Llevaba su cabello rubio suelto como siempre le había gustado, en cierto modo asentando esa especie de rebeldía interior que siempre la acompañaba. Era apasionada y mantenía esa pasión en un halo de misterio procurándose así una sensualidad que no era ajena a ningún hombre.

       Caminaba por el paseo de la playa y sus pensamientos se perdieron entre recuerdos de los hombres que había amado. Recordaba cómo todos habían caído rendidos a sus encantos y a sus misterios. Se perdió entre las palabras y las escenas que había representado cuando sentía que un amor se agotaba tras otro y ponía las condiciones de una ruptura que no siempre entendían sus amantes empeñados en continuar algo que era imposible sostener. Se preguntaba por qué sentía ahora fracasado ese aspecto romántico de su vida cuando nunca antes había valorado esas cuestiones vitales. Se dio cuenta que ya los hombres no se giraban para mirarla como antes hacían y empezó a pensar que caminaba sola hacía un futuro incierto. De pronto sintió miedo, miedo a la soledad. Volvió a envolverse en el abrigo. El aire frío enrojeció sus mejillas y la punta de su nariz. Miró al cielo pero sentía ganas de llorar.

       Bajó hasta la playa y, a pesar de la fría brisa, se sentó unos minutos en la arena. Entonces se dibujó en su pensamiento el único hombre que nunca se rindió completamente a ella, el único que le dijo adiós a pesar de que la amaba profundamente y el único por el que lloró las más tristes lágrimas que jamás había llorado en su vida. Durante meses se negó a sí misma que la hubiese amado. Pero, pasado el tiempo, los años, comprendió algunos de los misterios que aquel hombre le había desvelado. ¿Cómo había podido estar tan ciega?, se preguntó a sí misma. Todo lo que él le dijo se fue cumpliendo, como una especie de inexorable camino hacia la nada. Recordó lo único que aquel hombre le había pedido… “quiéreme”, le susurró un día en lo más silencioso de una pasión contenida. Ella jugó la carta de aquel misterio que acostumbraba a guardar, pero ese misterio, como un secreto oculto y peligroso se volvió contra ella y aquel que tanto la había amado, que tanto la había seguido, que tanto se rindió a sus caprichos… se fue. Lloró. Lloró como había llorado su pérdida. Lloró lágrimas desde las entrañas de su alma. De repente sintió la imperante necesidad de abrazarle, de besarle, de decirle lo que nunca le dijo, que le amaba. Sentada en la arena, metió la cara entre sus brazos sobre las rodillas y lloró.

       Las olas sonaban cerca, subían y bajaban por la arena a embestidas rítmicas y constantes, como un hombre y una mujer que se aman en el fuego de una pasión que les devora y a la que se entregan sin freno y sin control. El sonido de las olas y los gemidos que envolvían sus lágrimas no le permitían escuchar nada más. Oía su nombre entre el viento y las olas. Jane. Jane. Otra ola y volvía a oír, Jane. Parecía que el Cielo la llamaba. Miró hacia el Cielo como buscando al Dios que creyó haberla abandonado. Su rostro apareció ante ella, cálido, sonriente, tranquilo y sereno… “¿Tanto he cambiado que ya no te acuerdas de mí, Jane?”, le dijo mientras la cogía por una mano para ayudarla a levantarse. “¿Dónde has estado todos estos años?”, le preguntó mientras la abrazaba con aquellos brazos fuertes y grandes, ahora parecía incluso un hombre más grande que cuando le conoció. Jane, abrazada a él durante unos segundos que parecían horas, no quería separarse. Aquel abrazo era lo mejor que tenía desde hacía muchos años. Todas las palabras de amor que él le había regalado durante meses se fueron colando en su memoria. Entonces le miró a los ojos con sus ojos de color miel todavía enrojecidos por las lágrimas, al igual que sus mejillas y su nariz por el frío y se lo dijo: ‘nunca dejé de amarte, siempre te he querido y aunque haya tardado tanto, he comprendido que tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida, la persona que me amó sin condiciones y a la que he llorado tanto que me he vaciado en lágrimas”. La atrajo más aún hacía sí mismo, la abrazó fuerte, se inclinó sobre ella y sobre sus labios puso un beso cálido, sincero, lleno de dulzura y de amor y susurró en un hilo de voz grave: “Jane, te juré amor eterno y he mantenido mi palabra. Sólo Dios me ha traído de nuevo ante ti y sé ahora que así es porque así lo has deseado. Pero no volveré a irme si me quieres…”. Jane, dejó rodar otra lágrima por su mejilla, pero esta vez no era de tristeza. En sus labios se dibujó una sonrisa y sus ojos brillaron para él desde ese mismo momento. Un hombre y una mujer caminaron por la playa en un paseo que ya no volvería a tener más ruptura que la que el Cielo ordenase algún día.
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La dama del estanque


       - "De tres a seis meses" -la mirada de la doctora Miriam no dejaba lugar a la esperanza. A pesar del tiempo que llevaba ejerciendo como neurocirujana, de todo lo que había vivido y de haberse prometido a sí misma no volver a involucrarse con ningún caso, no pudo reprimir que una lágrima rebelde se fugase por su mejilla... George se quedó mirando a sus ojos. Unos preciosos ojos azules que luchaban por no arrancar a llorar.

       - "Miriam, dígame sólo si hay alguna posibilidad aunque sea remota" -preguntó con suavidad tratando de encontrar un rastro de esperanza en algún gesto de la doctora

       - "No hay forma humana de llegar al lugar donde se ha instalado y todos los tratamientos nos han fallado, incluso el que pensé más favorable... George, lo siento muchísimo, no sé hacer nada más, he consultado con todos mis colegas en todos los hospitales del país y del mundo con quienes mantengo contacto... George... yo... si hubiese una forma, créeme...". Miriam se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar. George, se levantó y la abrazó para restarle importancia. Incluso se permitió bromear con la situación. Era algo que había aprendido a hacer cuando todo el mundo se rendía ante una circunstancia negativa y él sentía un súbito latigazo de miedo en su columna vertebral: "provoca una sonrisa y todos nos calmaremos un poco" se decía siempre...

       - "¿Se dá cuenta doctora de que si estuviéramos interpretando una obra de teatro el director nos persiguiría como un tigre por habernos aprendido nuestros papeles intercambiados?" -sonríó George buscando la mirada de Miriam que no quería separarse de aquellos brazos que la mantenían en pie.

       - "¡Vaya mierda de doctora!" -gritó separándose de repente de George- "¡una doctora debe curar a sus pacientes y yo no... yo...!" ¡Aghhh!- un llanto se enganchó en la garganta de Miriam que tenía la cara enrojecida y llena de lágrimas. George volvió a atraerla hacia sí y le pidió en voz muy baja, al oído, con dulzura que no fuese tan dura consigo misma.

       - "Miriam, me consta que ha hecho todo lo que estaba en su mano, incluso ha hecho más de lo que tal vez debiera" -George no pudo evitar sentir cierta paz interior en esos momentos. El abrazo aquel le transmitía una extraña sensación de cercanía, una ilusión fugaz. Tal vez, el abrazo que echaba de menos desde hacía muchos años. Desde que perdió a Helena.

       Aquellos malditos dolores de cabeza que habían empezado de forma aleatoria estaban engendrando un monstruo, un dragón que acabaría por quemar ya no sus ilusiones, sino cualquier sombra de futuro para él. Y ahora, que ya había crecido lo suficiente, venía a cobrarse su reíno y la espada de George, tantas veces vencedora, nada podía hacer ahora contra los fuegos del dragón. George se enfureció en la soledad de sus noches. Sentía su vida fría y vacía y una noche, súbitamente, se dió cuenta de que tenía demasiadas cosas que terminar. No había tiempo para todo. Decidió una estrategía de prioridades y el lunes a primera hora arregló determinados asuntos en el banco, el notario, el registro de propiedades, etc. Era lo más inmediato. No. No era lo más inmediato, pero evitaría algunos disgustos a sus padres y hermanas a quienes prefirió mantener ajenos a toda la situación. Los necesitaba pero no podía hacerles pasar por un camino doloroso como aquel.

       Ahora era el turno de Helena, la dama del estanque, como él la llamaba. El destino no había sido justo con ellos y, analizando su vida, George valoró que lo único que no estaba correctamente finalizado era su ruptura con Helena. Hacía seis años, la vida les lanzó un zarpazo terrible que provocó una grieta en su relación que se convirtió en un terremoto de destrucción masiva. Se separaron pero jamás dejó de amarla y juró que la encontraría aunque sólo fuese para hablar de las razones que fundieron los cimientos de aquel amor.

       El día que conoció a Helena, dieron un paseo por un parque cercano al restaurante en el que habían almorzado y donde ella posó sus labios sobre los de George por primera vez. En un momento del paseo, Helena se sentó al borde de un estanque mientras hablaban y reían. La mano derecha de ella jugaba en el agua por la que se movían algunos peces de color naranja. Los cabellos rubios de Helena parecían brillar bajo el sol de aquella tarde de primavera y su sonrisa era tan dulce como su voz. George se enamoró de ella en aquel mismo momento.

       Todas las demas historias de amor que había vivido habían terminado de un modo razonable, pero con Helena todo sucedió de un modo seco, brusco, doloroso y sentía que ninguno de los dos se merecía aquel dolor. Tenía que encontrarla, saber que estaba bien y... y nada. Pensó entonces qué le iba a decir. No podía contarle la historia del dragón. Tampoco podía decirle que seguía amándola. No quería hacerle daño. Había aprendido a vivir con el dolor de haberla perdido pero nunca superó el dolor que provocó en el corazón de ella. ¡Todo había sido tan injusto!. Y ahora esto. No cabían lamentaciones, ni lágrimas, ni descontrol. Era un soldado y debía luchar, librar la peor batalla, enfrentar la última victoria para perder. Pero iba a perder como un soldado, con honor, como tuvo que perder a Helena sin que ella lo supiera.

       Helena junto a su hermano menor y Miriam esperaban en el parque del estanque. George pidió a Miriam este favor. Helena no podía dejar de pensar en la situación y en el día que allí mismo estuvo con George, cuando se conocieron. Estaba enormemente nerviosa y sentía un incontrolable deseo de huir de allí. Se volvió hacia Miriam para decir que se iba pero... Dos marines vestidos con uniforme de gala se presentaron súbitamente. Traían una bandera plegada. Las piernas de ambas mujeres comenzaron a anunciar un derrumbe inmediato. Sobre la bandera una medalla al honor y un anillo de plata con un pequeño lazo y una tarjeta. En el anillo una inscripción decía "Octubre, 2004 - Sweet Love". Helena recordó a quién regaló ese anillo y el título de una canción. Fue en un lugar sagrado a una hora de allí. Sus manos comenzaron a temblar nerviosamente, igual que sus piernas. Leyó la tarjeta: "A veces Dios nos dá misiones difíciles. Ahora entiendo por qué. Helena, te he amado desde el primer día como prometí, como la princesa que siempre has sido para mí. Nada vale más que tu amor y tu perdón. Perdí tu amor pero te ruego que no me dejes ir sin tu perdón". Helena y Miriam comenzaron a llorar. Se sentaron en el borde del estanque intentando calmar el temblor que recorría sus cuerpos. "Señora" -dijo uno de los marines- "el mayor nos ha entregado esta carta para usted". Helena no podía leer más cartas. Se la dio a su hermano que la leyó para sí mismo con un nudo en la garganta. También se sentó. "Te deja una pequeña fortuna para que nunca más vuelvas a sufrir la pobreza que os separó en el pasado". Miró hacia el cielo y entonces comprendió muchas cosas... "Nunca dejé de quererte ni de perdonarte aunque no entendí qué sucedió ni por qué te fuiste George... George..." -la voz de Helena se ahogaba entre lágrimas, sollozos y recuerdos- "Descansa en paz mi caballero andante"

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