Jessica contemplaba aquel paisaje extraño pero no carente de cierta belleza. Despues de todo tenía agua y árboles como en la Tierra, lo que indicaba la presencia de oxígeno aunque la composición de su atmósfera fuese irrespirable para los humanos. Jess deseó poder salir de su confortable cápsula magneto-iónica para dar un paseo por aquel paraje. Sin embargo, tuvo que conformarse con la visión desde su burbuja transparente. El cromatógrafo indicaba un alto nivel de azufre en el aire, a pesar de lo cual, algunas formas de vida se habían adaptado a tales circunstancias hostiles.

     Cinco años habían transcurrido desde que finalizó sus estudios de Arqueología Interdimensional y esta era la primera misión que dirigía como capitana de su propia nave de investigación. Por fin había logrado iniciar el proyecto para el que tanto había estudiado. Al inicio de su carrera, diseñó un programa que rastreaba formas de vida en los jeroglíficos de datos informáticos recuperados de prehístóricas sondas. Estas habían sido enviadas por los hombres de la tierra hacía más de mil quinientos años a distintos puntos del espacio inmediato. Aquellos pueblos carecían de los medios y conocimientos necesarios para analizar todos los datos que sus naves recuperaban. Sin embargo, a Jess le conmovía el valor y el enorme esfuerzo que pusieron aquellas gentes para tratar de alcanzar un conocimiento de su entorno espacial más cercano. Pero estaba demasiado por encima de sus capacidades.

     Cuando el programa de Jess consiguió encontrar un minúsculo control positivo en medio de un galimatías de datos salvado en una pequeña y oxidada sonda Crussader que había logrado alcanzar la nebulosa Swift 37 en la galaxia Andrómeda, nadie más le dió la importancia que ella le concedió a aquella débil muestra de esperanza. Y hoy, allí estaba, en un pequeño planeta bautizado por ella misma como Óscar con tres lunas orbitando en torno suyo, buscando signos de vida, posibilidades de desarrollarla y... ¿y algo más?.

     Durante sus estudios había odiado hasta lo indecible la asignatura Matemáticas Nucleares, pero hoy agradecía aquella rebelión del mundo científico que perturbó las bases de la Física rompiendo una antigua ley matemática que fijaba un extraño límite a la velocidad de la luz y a la masa crítica de la energía nuclear. Gracias a ella, se habían logrado viajes de magnitudes cósmicas en tiempos de cronología humana insignificantes y con unos coeficientes de consumo energético perfectamente abordables para la humanidad de su época. La nave Esperanza que mandaba Jessica era en realidad un carguero estelar de tamaño medio remodelado para albergar un laboratorio de alta tecnología. Sus tres millones de toneladas de peso terrestre lo hacían ligero y robusto, ideal para aquella misión que enfrentaba. Albergaba una fuente de poder basada en fusión de plasma de hidrógeno que le otorgaba una autonomía de más de diez años para una tripulación de cien personas. En su bodega de transporte llevaba diez esferas magneto-iónicas a modo de salvavidas en caso de emergencia. Dos más servían como cápsulas de investigación en los lugares objeto de exploración. Estas cápsulas disponían de un campo de protección físico-térmica con base en la moderna teoría cuántica de gravedad mejorada gracias al cual poseía una excelente característica defensiva, la invisibilidad. Además, eran capaces de cruzar enormes distancias en poco tiempo gracias a sus capacidades interdimensionales. Gracias a esto, los tiempos de estas misiones eran dedicados completamente a la investigación, pues los viajes carecían de temporalidad.

     Jess volvió a la realidad cuando la voz de Shakespeare sonó en la cabina: "Jessica, detecto restos de una nave Voyager a unos quinientos kilómetros de nuestra posición". El cerebro artificial de la cápsula de Jess era una versión reducida del gran cerebro central de la nave nodriza. Jess le pidió que trasladase la cápsula a las nuevas coordenadas. La minúscula Voyager estaba oculta bajo unos tres metros de polvo y arena. Con un escanner de profundidad, lentamente y conteniendo la respiración, Jess fue comprobando el interior de los antiguos restos... Se sobresaltó cuando vió en el holoproyector dos cuerpos humanos sin vida dentro de la nave. Era necesaria la recuperación de aquellos restos. Jess dio instrucciones a la nave nodriza cuando entraba en la bodega de carga con aquel pequeño y extraño remolque. Jake, médico de la misión hizo la autopsia de los cuerpos. Encontró pruebas de muerte por falta de oxígeno, lo que explicaba también la casi nula descomposición de los cuerpos. Nueve días después, Jess, logró descifrar un caótico mensaje entre los restos de aquella arcaíca tecnología que estaba seriamente dañada. Sorprendida, volvió a reestructurar toda la información, a procesarla y a probar con distintos algoritmos de desarrollo neurotrónico y la más avanzada tecnología de inteligencia artificial. No cabía duda, todo era correcto, pero Jess no podía dar crédito a lo que leía: "Ya no nos queda oxígeno. No podemos concluir esta misión. Hemos localizado la posición según coordenadas extraídas de las tres pirámides. Se confirma la presencia de ellos aquí. El gran faraón tiene una de las llaves. La capitana Jessica regresará con la nave Esperanza para desarrollar la investigación en el planeta de las tres lunas. Debe localizar al faraón. Con la llave del faraón encontrará la segunda clave que..."Para Jess la sorpresa no estaba en la información que faltaba, sino en que parecía confirmar una antigua teoría de la que le había hablado su abuelo materno. Una teoría que fue considerada otra locura más en el ancho mundo de la Ciencia y, como locura que se consideró, se abandonó al olvido. Sin embargo ahora...