Lilith intentó ganar tiempo, pero el cliente estaba presionado por los plazos de entrega.

       - John, las modificaciones que pides no son un simple artículo decorativo que se mueve de un lugar a otro. Tendré que diseñar una nueva distribución para la sala principal y cambiar la entrada de conducciones, sin mencionar las bajantes de aguas residuales de los baños de la planta superior. Puedo hacerlo pero tienes que darme más tiempo.

       Lilith miró hacia él con el semblante desafiante, mostrándose muy enérgica, lo que provocó que la sangre se acumulara ligeramente en sus mejillas y dándole mayor atractivo a un rostro que no carecía en absoluto de belleza.

       - Está bien – dijo John después de mirar unos segundos a Lilith que le observaba de pie al otro lado de la mesa baja sobre la que él depositó la copa de whisky irlandés que le había servido ella- trataré de que nos den diez días más. ¿Crees que serán suficientes?.

       El rostro de Lilith se relajó – diez días son todo lo que necesito… siempre y cuando no vengas con nuevas alteraciones para mi proyecto. ¿Crees tú que podrás conformarte?.

       John comenzó a reír mientras se levantaba de su cómodo sofá y se asentaba la cintura del pantalón y la chaqueta. – Lilith, no dejarás de sorprenderme nunca con ese humor tan brillante. No te quejes mucho, ya sabes el dinero que nos deja este cliente.

       Lilith se puso a trabajar de inmediato. Eran las tres y cuarto cuando John salió del estudio. La tarde se le había pasado tan rápido que no se acordó de David hasta que sintió una pequeña sensación de hambre en el estómago. Miró el precioso reloj de pared tallado en madera de nogal y con la forma de rueda de timón de un barco antiguo. Las siete y diez. Demasiado tarde para ir a casa. Cogió el teléfono de su escritorio y marcó el número. Después del tercer tono descolgaron en el otro lado:

       - David, soy yo. Perdóname cariño, me he retrasado muchísimo y no me da tiempo a llegar a casa. He pensado que podías venir a recogerme al estudio. Tráeme el vestido negro que compré el mes pasado y los zapatos negros que tengo en mi vestidor junto a la puerta del mismo.
       - ¿Los que tienen una pequeña veta dorada?- preguntó su marido
       - Sí, esos mismos. Te veré en una hora más o menos ¿si?.

        David y Lilith llevaban ya cinco años casados y la vida les estaba empezando a dar más oportunidades ahora. Más o menos al año de casarse comenzaron a pasar algunas penalidades, sobre todo, cuando el mercado de la construcción se detuvo en seco y Lilith apenas conseguía contratos, con lo que prácticamente todos sus recursos económicos provenían del trabajo de David como subdirector de una sucursal del Banco de América en Somerville. Pero ahora las cosas estaban empezando a ir mejor. El reciente proyecto que habían encargado a Lilith les iba a dar un gran empuje para liquidar algunas deudas, sobre todo, una parte importante del préstamo que les había permitido instalar el estudio de ella.

       Era el doce de noviembre y hacía frío cuando David salió de casa. Vivían en las afueras y tenía un trayecto de cuarenta minutos en coche hasta el estudio de su esposa. A las ocho de la tarde ya había oscurecido y David pensó que si no fuera por la ilusión que le hacía a Lilith esa noche hubiera preferido quedarse en casa al calor de la chimenea. Lilith había querido celebrar con él la aprobación de un nuevo proyecto para la misma empresa que le había dado el que ahora tenía casi terminado. Irían a cenar al restaurante italiano Lucca Back Bay. El chef Anthony Mazzotta estaba considerado como un especialista en su campo y tanto a Lilith como a David les encantaba la comida italiana.

       En el trayecto, la radio del coche que David llevaba sintonizada en una emisora de música clásica, comenzó a hacer ruidos y David pensó que se trataba de alguna interferencia, aunque nunca las había tenido cuando circulaba por allí. Ya iba a apagar la radio cuando el dial de frecuencia digital comenzó a desplazarse automáticamente, sin la intervención de David, en una especie de alocada búsqueda en la pantalla digital del reproductor del coche. Las frecuencias saltaban y los ruidos iban y venían entre palabras entrecortadas sin ningún sentido. De pronto, entre una serie de silbidos y sonidos propios de una película de terror de las que tanto despreciaba David, pudo escuchar con claridad la voz rota de dolor de una mujer que le decía “…si no fuéramos…” y luego lloraba desconsoladamente. Después, la radio volvió a estabilizarse en la frecuencia que David había asignado con la emisora de música clásica y el sonido volvió a ser claro, limpio y tranquilizante.

       Eran las ocho cuando llegó al estudio de Lilith. Ella estaba terminando de secarse cuando entró David con la ropa que le había pedido. Se dieron un beso y David la ayudó a abrocharse el precioso vestido negro que le permitía lucir con todo detalle su espléndida figura. David la miró y quiso comentarle el extraño presagio que había tenido en el coche mientras observaba cómo se ponía el abrigo, pero pensó que todo era un producto de la casualidad y que su esposa se reiría de todo aquello. Eran jóvenes, estaban enamorados y la vida comenzaba a sonreírles. Era necesario celebrar las buenas noticias para que siguieran viniendo otras igualmente buenas.

       La cena transcurrió plácidamente. El restaurante resultaba encantador, pequeño y con un ambiente muy familiar, a Lilith le pareció sentirse como en su propia casa. El plato de spaghetti con salsa de gambas les resultó particularmente sugerente al paladar y el salmón con salsa marinada los trasladó directamente a la Florencia de DaVinci. Eran las diez de la noche cuando salieron del restaurante para dar un paseo por la ciudad. Pero la noche estaba tan fría que decidieron entrar a ver una función en uno de los locales de la misma calle Hanover. Esa noche actuaban cinco monologuistas que les hicieron pasar una hora completa de risas junto a un público entregado a los artistas. David se sintió un poco tonto al pensar en la escena de la radio y darle tanta importancia a un suceso que no la tenía.

       Cerca de las doce de la noche, subieron en el Mercedes de David para volver a casa. Al día siguiente tendría que volver a llevar a su esposa al estudio para recoger el Volvo. Pero eso sería el día siguiente, el sábado y por ese día ya estaban lo suficientemente cansados como para irse a dormir. David conducía tranquilamente con la calefacción del coche puesta en un punto confortable para ambos.

       - No te imaginas la de trabajo que he tenido hoy – le dijo Lilith apoyando el brazo en la ventanilla que tenía el cristal subido- pero la cena, este rato que he pasado contigo, me ha dado una gran tranquilidad.

       David la miró por un instante. La poca luz que había dentro del coche parecía proporcionar a su esposa un punto más de atractivo sobre su blanca piel y el carmín rojo que se había puesto en los labios. Pensó en cuánto la amaba. Desde el primer día que la conoció. Era muy afortunado de tenerla en su vida. Deseó besarla.

       - No te he dicho nada sobre lo atractiva que estás esta noche – quitó la mano derecha del volante y cogió la mano izquierda de su esposa, una costumbre que tenía desde que eran novios. Yo también me he divertido mucho. La cena ha sido fantástica y me he reído mucho con el tipo aquel del bigote - y ambos comenzaron a reírse de nuevo recordando algunas frases del artista. A pesar del largo día, de tanto trabajo y de ser el fin de semana, se encontraban dichosos, felices y llenos de una energía estimulante y sugerente.

       De pronto, la radio del coche comenzó a hacer lo mismo que unas horas antes. Después de varios saltos de emisoras, se quedó fija en una de noticias. Lilith miró a David que estaba tan sorprendido como ella.

       - “Las autoridades confirman la muerte de trece personas y otras doce heridas de distinta consideración” – decía una locutora con voz presa de circunstancia. “Las primeras hipótesis de la policía apuntan a un desequilibrado suicida con un cinturón de explosivos…”. – Nuevamente, la radio salta automáticamente de emisora y se queda fija en otra – “… ha explotado en un local de la calle Hanover en el centro de Somerville…” y nuevamente vuelve a saltar a otra “… un prestigioso restaurante de comidas italianas…”

       David y Lilith se miran primero extrañados y luego comenzando a sentir algo parecido al miedo. Cuando David vuelve a poner la vista en la oscura carretera, esta se ha transformado en una espesa niebla que no deja ver nada por delante ni por detrás. Levanta el pie del acelerador pero el coche no se detiene. Frena pero el coche continúa su marcha sin obedecer a los pedales ni al volante. Mira aterrado a Lilith y ve entonces su cara y su cuerpo ensangrentados, asustada, intentando taparse los ojos para no verle. David se mira en el espejo retrovisor, ha perdido parte de su cara y la mitad de su cuerpo. Lo que queda de sus ropas está lleno de sangre. Entonces escucha a Lilith, llorando “oh David… oh David… todo ha sido mi culpa… si no fuéramos, si no fuéramos…”

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