"Serán tan sólo cinco días" - gritó suplicando Kaitlin a su madre - "además prometo llamarte todos los días". Miró hacia su madre escudriñando cada minúsculo gesto de aquella y, como para dar más énfasis a su propuesta de trato añadió, "dos veces al día, por la mañana y por la noche".

       Finalmente Sharon aceptó, pero fijó más condiciones... "Estarás en la habitación del hotel antes de las diez de la noche. Yo te llamaré al teléfono de tu habitación para confirmarlo. No quiero que tomes ni una sola gota de alcohol ni que fumes nada en absoluto. Tomarás fotografías de los lugares que me has prometido visitar y viajarás siempre con dos de tus amigas y un profesor como mínimo y por las rutas que vamos a trazar de acuerdo con el colegio. Recuerda esto, si me mientes o no te ajustas al pacto, no hace falta que te preocupes por tu futuro nunca más. ¿Lo has entendido? - miró desafiante a su hija, esperando que fuera a presentar alguna réplica, pero Kaitlin sabía que en las últimas proposiciones de su madre ya no cabían más ajustes y, si tensaba la débil cuerda podría partirse y quedarse en casa, así que salió disparada para telefonear a su amiga Rachel con la noticia: las dos amigas se iban a Nueva York con las demás alumnas de último grado en el viaje de estudios largamente preparado.

       En la mañana siguiente a la partida de su hija, Sharon se dirigió hacia su despacho en el Instituto algo nerviosa. No era la primera vez que su pequeña dormía fuera de casa con alguna amiga, pero sí era la primera vez que iba a estar tan lejos y ella sabía mejor que nadie los amenazantes peligros que acechaban fuera del alcance de la protección materna. Se prometió no preocuparse excesivamente, pero no pudo evitar que sus pensamientos se desplazaran hasta su hija constantemente. Poco a poco se iba haciendo mayor. Ya tenía trece años y pronto se convertiría en toda una mujer. Se preguntó cómo habían pasado todos esos años de forma tan rápida. Recordó cuando nació y muchos de los momentos en que se quedaba embelesada mirando a su bebé. Sin ninguna duda era la más hermosa criatura que recordaba haber visto en toda su vida.

       El teléfono la sacó de sus pensamientos. Era Kaitlin. Trató de disimular su nerviosismo empleando el tono de voz que solía usar cuando hablaba con otros científicos del Instituto McKenzie. Kaitlin estaba alegre y excitada a la vez. Esa tarde irían a visitar el Centro de Investigaciones Científicas de la ciudad. La alegría de Kaitlin tranquilizó a su madre. "Está bien" - se dijo a sí misma cuando colgó - "ya sólo quedan cuatro días. Por Dios, que pasen rápido". Sin embargo, reconocía que su hija se merecía ese viaje y se sintió un poco culpable. Era una buena estudiante… “Algún día te regalaré todo lo que no puedo darte ahora hija mía”.

       Durante la tarde Sharon logró concentrarse en el trabajo que estaba desarrollando desde hacía un par de meses. Estaba analizando las fotos que disponía el Instituto, compartidas con otras Universidades y centros de estudio internacionales, de la antigua ciudad sumergida en el mar de China. La comunidad científica no lograba ponerse de acuerdo en la datación de aquellos restos arqueológicos, principalmente, porque mantenía una clásica posición inamovible, lo que la hacía permanecer bastante escéptica ante cualquier apertura de conceptos. Diversas pruebas, como la del carbono catorce, arrojaban unas cifras increíbles, y habían sido negadas en repetidas ocasiones por la comunidad de ciencias. Sin embargo, la doctora Berkeley estaba a punto de establecer un punto de ruptura en pleno inicio del siglo XXI. Las órdenes del Instituto eran seguir las líneas de escepticismo tradicionales, pero Sharon estaba empezando a dudar que esa fuese la posición correcta, aunque no la más cómoda, claro.

       Cuando Kaitlin comentó esa misma noche a su madre lo que había visto en el Centro de Investigaciones y la casualidad de que algo que había visto estaba relacionado con el trabajo de su madre, Sharon, no podía creerlo. Pidió a Kaitlin que le enviase alguna fotografía por email. Aunque era una probabilidad remota, quizá encontrase alguna prueba que la ayudase a encontrar la pieza del puzzle que le faltaba por encajar en el engranaje de una teoría que revoloteaba por su mente. Sería estupendo para las dos que gracias a su hija su trabajo avanzase en la dirección que, de algún modo, quería.

       Kaitlin le envió las fotos esa misma noche desde su agenda electrónica. Sharon esperaba la descarga de las fotos en su ordenador portátil mientras tomaba una frugal cena a base de ensalada de lechuga y tomate. Cuando llegaron se puso a observarlas con una mezcla de escrutadora mirada científica al principio y un punto de sorpresa y expectación después más propias de la adolescencia, y tal vez, de cuando comenzaron sus sueños de arqueóloga.

       ¡Sí!... ahí estaba. En una de las fotos del Centro de Investigaciones podía verse una marca sobre una de las enormes piedras laterales de la pirámide principal, una marca creada por una tecnología de corte de precisión absolutamente impensable para la época en que sus colegas de profesión establecían la datación de la ciudad sumergida. Incluso mucho más impensable aún a la datación que marcaban los indicadores como el carbono catorce que añadía otros cinco mil años a las primeras civilizaciones. Esto significaba dos cosas: o aceptaban una civilización tecnológicamente avanzada mucho más anterior a todas las teorías de concepción histórica del hombre moderno. O… o Sharon ya podía ir pensando en buscar otra profesión porque su descubrimiento podría significarle el descrédito y el vacío más absoluto de todos sus colegas. Conociendo la tradición del Instituto para el que trabajaba, la respuesta estaba clara.

       La emoción del descubrimiento le hizo olvidar por unas horas la preocupación por su hija. Ya había tomado la decisión, pero pensó que no debía precipitarse en hacer públicos sus descubrimientos, incluso, pensó que lo mejor sería publicarlos fuera de su país. Un par de meses después de los primeros hallazgos, Sharon comenzó a escribir el borrador de su primer libro. Después de hacer más análisis sobre las pruebas recuperadas de la ciudad sumergida. Después de haber intercambiado conocimientos con otros científicos del país interesados en la ciudad. Y después de haber viajado a Japón durante unas semanas para comprobar in situ y por sí misma la fiabilidad de sus pruebas, análisis y de sus teorías, Sharon decidió escribir su libro y publicarlo en la vieja Europa.

       El descubrimiento de señales que indicaban una relación entre las pirámides egipcias, las preincaicas y la pirámide de la ciudad sumergida iba a ser un duro golpe para la comunidad científica que tendría que replantearse todo un nuevo esquema de evolución humana. Así que primero se despidió del Instituto McKenzie y después se tomó un mes de vacaciones con Kaitlin. Destino: Río de Janeiro. Allí terminó el primer borrador de su libro: “El regreso de la humanidad perdida”. Un mes antes, Sharon había pactado con una editorial en Londres que se encargaría de la publicación de un volumen con los frutos de su trabajo. Había invertido todos sus ahorros y su carrera para este nuevo proyecto. Si el libro nacía bien, podría extender sus investigaciones por sí misma. En caso contrario… no podía permitirse ningún caso contrario.

       Alegres como estaban, tanto Sharon por la conclusión del libro que prometía ser un éxito de ventas (y un terremoto, no sólo en el mundo científico sino para toda la Humanidad en su conjunto), como Kaitlin por los viajes extra que había encontrado a Japón, Brasil y a dos capitales europeas de renombre mundial, no podían imaginar aquella mañana que el futuro les deparaba una nueva sorpresa. Ambas volarían desde Brasil con Air France para, una vez en Paris y tras un par de días turísticos en la capital francesa, viajar a Londres para entregar el manuscrito a su editor. Sin embargo, el destino tenía reservado otro misterio… Ese mismo día en todos los titulares de los principales diarios escritos, radiados y televisados del mundo se dio la noticia: “El vuelo AF 447 de Air France desaparece en el Atlántico. Se cree que no hay supervivientes.”

       Los distintos amigos con los que Sharon colaboró y con los que intercambió diferente documentación se quedaron apesadumbrados durante cierto tiempo, pasado el cual, y tras las múltiples operaciones de rastreo infructuosas para la recuperación de los restos, comenzó a extenderse la opinión entre ellos de que, por fin, Sharon y su hija habían encontrado el origen de su Atlántida perdida, o, más bien los descendientes de aquella mítica civilización estelar las habían encontrado a ellas. Tal vez, la Humanidad no estaba aún preparada para descubrimientos de más calibre... o quizás no toda.

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